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Estamos viviendo una situación extrema, nueva, compleja, que ha sacudido por completo todas nuestras certezas. O tal vez no, porque quienes nos dedicamos a la educación, sabemos que el principal valor de nuestro trabajo son nuestros niños, es nuestra relación con ellos y el esfuerzo por sumar a las familias y a cuantas entidades sociales, comprometidas como nosotros en una verdadera transformación social y no solo educativa, podamos. Y todo esto, pues resulta que es lo que está saliendo fortalecido de una crisis que ha visibilizado, de repente, la importancia de los cuidados, que ha puesto en valor a los colectivos sociales —sanitarios, limpiadoras, transportistas, pequeños comerciantes y trabajadores de comercios más grandes, agricultores y ganaderos, científicos e investigadores, cuerpos de seguridad, maestros y profesores…— que resultábamos invisibles, poco valiosos en la cadena productiva de nuestro sistema económico.
Y es cierto que las amenazas económicas y el anuncio de una quiebra financiera están presentes en las noticias, pero ocupan un segundo plano porque, por primera vez, el cuidado y la defensa de la vida, es lo que más importa. Y nos hemos parado porque cada vida cuenta. Y las fronteras, aunque se cierran como lo hacen nuestras casas en esta cuarentena, han demostrado que son absurdas e ineficaces para contener la propagación de un virus, pero también que se abren cuando nos empeñamos en no querer contener la cadena de solidaridad.
Hemos dejado de mirar de cerca, y empezado a mirar un poco más lejos y nos hemos vuelto a hacer preguntas: ¿Qué está pasando en el resto del mundo? ¿Por qué es importante parar el contagio? ¿Por qué nuestro sistema sanitario está en riesgo de colapsarse? ¿Qué hace que las personas se sientan comprometidas, hasta jugarse la vida, por ayudar y ponerse al servicio de los más vulnerables? ¿Por qué la naturaleza recupera su equilibrio, algo que parecía inalcanzable?
Por las tardes, cuando salimos a aplaudir, nos saludamos con nuestros vecinos —a algunos los estamos conociendo ahora— y por las redes circulan miles de iniciativas solidarias —comprar para otros, cantar juntos, contar cuentos para los más pequeños…—. Nunca antes había habido una intención tan general de compartir recursos e iniciativas culturales: bibliotecas virtuales, teatro, cine, conciertos, exposiciones, visitas museísticas… Porque nunca fue tan importante sentirnos conectados. Nos habíamos olvidado del nosotros, y esta cuarentena, nos lo devuelve multiplicado.
Un nosotros que empieza en nuestras casas, en las que están los niños, y también los papás, algunos teletrabajando, otros porque se quedaron sin empleo. No nos olvidemos de ello: resulta que se puede compatibilizar el trabajo con la atención de los menores y mayores, y hacemos cuanto podemos por atender nuestra responsabilidad en las dos direcciones, con los medios y con el tiempo de que disponemos. No podemos ni queremos olvidarnos de la situación que atraviesan las familias en mayor riesgo de exclusión social, y esperamos que las cifras que se citan en los medios de comunicación se traduzcan en ayudas concretas para que a nadie le falte el pan, ni un techo en el que cobijarse.
Ciertamente que existe una brecha digital que favorece o no la conexión. Con esa brecha convivimos alumnos, familias, y también los profesores. Pero una vez más, lo poco o mucho que tenemos, desde luego nuestro tiempo, lo estamos poniendo al servicio del bien común. Y desde luego, estamos compartiendo un mismo sufrimiento, al ver enfermar a las personas que queremos, el dolor de no poder despedirnos de nuestros mayores, y el agotamiento de quienes luchan contrarreloj por sanarlos.
Después de vivir todo esto, habremos aprendido tanto, que todos pasaremos de curso, y a ser posible, comprometidos en hacer una educación diferente, para un mundo diferente, para un futuro que tenga que ver más con el cuidado del nosotros y de nuestra Tierra.
Cuando todo esto pase, porque todo pasa, y volvamos a encontrarnos en las aulas, primero de todo, nos abrazaremos para celebrar lo que nos hemos echado de menos —los maestros y profesores no dejamos de pensar en nuestros niños, en los que se conectan, y en los que están desconectados, porque quizá también lo estaban cuando nos veíamos todos los días en clase—. Eso no sé si nos convalidará la Educación Física. Cantaremos y tocaremos juntos para empezar de nuevo, sin los que hemos perdido, y tendremos buena nota en música. Dibujaremos un gran arco iris y una paloma blanca, porque practicamos mucho alegrando nuestros balcones, esperando el día de trazarlos juntos, y también será buena nuestra nota de plástica. Y como habremos aprendido lo que cuesta alentar y cuidar la vida, y sabremos de gráficas y de crecimientos exponenciales, y de millones para parar la crisis, tendrán que darnos matrícula de honor en matemáticas. Y respiraremos un aire más limpio, y al ver cómo se recuperan nuestros campos, nuestros ríos y mares, y tantas especies que dábamos por perdidas, tendremos sobresaliente en Biología. Y habremos leído tanto, y visto tantos cuentacuentos, y sabremos contar tantas cosas, que aprobaremos con muy buena nota Lengua. Pero la mejor de las notas la tendremos en sociales, porque si algo habremos aprendido, será a ser ciudadanos globales. (…)
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Se ha publicado esta reflexión acerca del coronavirus en El Salto Diario. La autora es Esther Gutiérrez, profesora en el colegio Gamo Diana de Madrid y de la Red de Educadores y Educadoras para la Ciudadanía Global.
Os dejamos a continuación el comienzo para invitaros a leerlo al completo en la web de El Salto.